jueves, 3 de abril de 2014






Os dejamos este estupendo artículo publicado en el blog del departamento de fe y cultura de la Diócesis de Albacete y en el periódico La Tribuna, por Esther Herencia, mamá del colegio, miembro del Ampa y colaboradora de nuestro blog.

Un beso, una caricia, una flor    

Esther Herencia López.
Los gestos tienen la cualidad de atravesar el tiempo en el que se expresan y se sellan en ese rincón de la memoria que está directamente conectado con el corazón, con una fijeza que las palabras no consiguen.
Nos damos de bruces con ellos a diario: el beso del marido a la mujer cuando llega a casa después del trabajo para recordarle “me gusta estar aquí contigo”; la palmada en la mano al hijo que se ha dejado la piel en el trabajo de lengua, expresándole “así se hace”; el ramo de flores que llevamos a la abuela el día de su cumpleaños, indicando “eres la más guapa y la más buena”.
Claro está que los gestos se desintegrarían si no fueran acompañados de obras. El beso, la caricia, la flor quedarían vacíos de contenido si el marido tratara mal a la mujer, o no la tuviera en cuenta a la hora de tomar decisiones. De la misma forma la mirada, el aplauso, el regalo se desvanecerían si los padres no fueran capaces de ajustarse el cinturón para procurar estudios a su hijo, o no estuvieran dispuestos a dedicarle su tiempo. Y aquí entran en juego las renuncias: las pequeñas renuncias cotidianas, y las “renuncias vitales” que orientan la existencia del hombre al amor, y cuyo valor aparece más claro si tenemos en cuenta que nuestra propia vida está hecha de renuncias de otros, que en gran medida la han configurado tal y como es.
Con la apertura de la Cuaresma la Iglesia nos introduce de nuevo en un lenguaje de gestos y símbolos cargados de significado, que dan un vuelco a esa mentalidad tan contemporánea anclada en la búsqueda de la satisfacción personal, para poner en alza el poder de la entrega expresado a través del sacrificio. Sacrificio entendido en el sentido etimológico del término “sacrum facere” (hacer sagrado). Palabra que chirría cuando no produce un dolor de oídos insoportable, porque en verdad suena a anacronismo mal avenido con la concepción individualista de la vida, pero que nos abre a las mil y una posibilidades del amor.
Precisamente una vocación transformadora forja los grandes gestos de la Cuaresma. La imposición de la ceniza, el ayuno, la abstinencia, la limosna, llevan también un mensaje implícito: “hoy quiero tener bien presente, Jesús, que tu carne estuvo clavada en una cruz por mí, como clavadas en el dolor y la injusticia están las vidas de muchos hombres, hermanos míos”. Pero palabras huecas, al fin y al cabo, si carecen del refrendo de los hechos porque, siguiendo el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014, “….los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar acciones concretas a fin de aliviarlas”.
Ayuno, abstinencia, limosna y oración sí, pero no “a secas”, sino integrados en una comprensión fraterna del mundo, enraizados en un talante de vida solidario y austero, y en la firme convicción de que es posible una nueva humanidad. Ayuno, abstinencia, limosna y oración que sean el beso, la caricia, la flor que Dios pone en medio del sufrimiento.
 
Publicado en la “La Tribuna de Albacete” el 22 de marzo de 2014.

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