Para educar en valores habría que "recuperar en parte la educación tradicional, basada en el sentido común, que siempre ha funcionado tan bien", asegura Jerónimo García Ugarte, profesor de Filosofía y Psicología y tutor de Superpadres.com.
Estos son los consejos que esta escuela de padres ofrece a los padres y madres de hoy: En la educación, como en un iceberg, hay una parte visible y otra «bajo el agua», que es la que aguanta todo el «peso», y en la que se recogen la educación en valores, emocional...
En la infancia se cimenta la construcción del «edificio» de la educación. Si ahí no se han sembrado competencias personales como el autoconocimiento y la empatía, es muy difícil que aparezcan después.
En la balanza de la coeducación, a la escuela le corresponde asumir el mayor peso en la formación de competencias intelectuales-técnicas y a la familia el de la formación en valores y competencias emocionales.
Los niños aprenden de lo que dicen los adultos pero, fundamentalmente, de lo que ven hacer a sus padres. Cuando se dice algo y se hace lo contrario, lo que niños interiorizan es la fragilidad de los principios de sus padres. Sin la coherencia del decir y el hacer, la educación pierde su sentido.
El "NO" también forma parte de la educación. Los límites marcan los cauces que harán más fácil a los niños el construir un modo personal y positivo de ser y estar en la vida. Evitar el cansado conflicto del NO o sobreproteger para evitar frustraciones son estrategias con un recorrido corto e ineficaz.
La empatía es el fundamento sobre el que debemos construir todo proceso de comunicación entre padres e hijos.
Frente a una continua oferta de búsqueda de felicidad de las grandes cosas... es necesario ayudar a los hijos a que encuentren la felicidad en las pequeñas cosas de la vida. A que sepan encontrar la felicidad en lo que son y no en aquello que tienen.
Valores como el esfuerzo no cambian con los tiempos. Por ejemplo, las nuevas tecnologías suponen un innegable avance que debe saberse interpretar técnicamente, pero que en ningún caso debe "exigir" un cambio en el sistema de valores propio.
Los niños necesitan tiempos para hacer, pero también para pararse a pensar en aquello que hacen e, incluso, aburrirse.
La educación y la fatalidad del destino son incompatibles. El problema de la educación es que una parte muy importante de todo aquello que se hace no es visible a corto plazo. Solo desde el optimismo se pueden educar hijos optimistas.
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