Las tradicionales procesiones que vemos en Semana Santa tienen su origen; estas procesiones entendidas como un culto público a Dios se han practicado desde la antigüedad en todos los pueblos y religiones.
En el Antiguo Testamento se hace
referencia en varios salmos a las procesiones, pues lo judíos las
realizaban para Pascua, Pentecostés y las fiestas de los Tabernáculos.
En
los primeros siglos de la era cristiana, los cristianos se reunían para
llevar en procesión los cuerpos de los mártires hasta sus sepulcros;
los fieles empezaron a ir en peregrinación a los Lugares Santos,
para conmemorar un acontecimiento de la salvación y celebrar la
Eucaristía.
En
la Edad media se continuaron celebrando procesiones. Poco a poco la
Iglesia fue cambiando la forma de hacerlas hasta llegar a como las
vemos en la actualidad.
Hoy en día, cuando los cristianos participamos en una
procesión, lo hacemos para dar un homenaje público a Jesús, a la Virgen
o a los santos.
Los
penitentes o nazarenos que van en la procesión, lo hacen para limpiar
sus pecados y mostrar públicamente su arrepentimiento. En un principio
no llevaban velas, hoy sí las llevan como señal de que debemos caminar hacia la luz que es CRISTO y pueden ser de cera o de luz
eléctrica.
Las procesiones revelan el
gran misterio de la Iglesia en constante peregrinación hacia el cielo. Constituyen un acto de culto público a Dios, que al mismo tiempo lleva
consigo un carácter de proclamación y manifestación externa de
la fe, ayudando a la oración y a los deseos de mejorar.
La
prohibición de las procesiones ha sido siempre uno de los episodios
tristes y característicos de la lucha contra el cristianismo y la
Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario